por Luis Alberto Rodríguez
En el borde norte de Tizayuca, Hidalgo, sobre la carretera a Ajoloapan, antes de llegar al centro de El Carmen, se encuentra la colonia “Marcelino Rojas”. Un ladero de piedras y tierra donde el agua cae muy de vez en cuando y la electricidad es tan escasa que más vale no prender el refrigerador.
A cualquier hora del día, sus habitantes caminan más de 300 metros para acercarse a tomar el camión o la combi, librando su paso sobre tezontle y grava suelta que lastima sus tobillos; ruta difícil para los ancianos que por menos de 15 mil pesos, al fin pudieron hacerse de un terreno de menos de 40 metros cuadrados, comprando a cierto revendedor, uno de tantos que afianzan el negocio de la pauperización de la tierra en este municipio.
La casa más grande, por supuesto, pertenece al delegado de la comunidad. Una construcción reyerta que se alza por encima de todas las demás que apenas se miran en obra negra. Cuando cae la noche, son las velas las que alumbran las casas porque no hay luz suficiente, si es que luego no hay. Y en esa tenuidad, pocos ven tele o escuchan el radio, y cuando hay que planchar, hay que desconectar el refri. Una escena de hace 40 años, tiempo que parece que aquí no transcurre.
Tampoco hay seguridad y el agua potable se acumula en tinacos y cubetas porque deja de fluir. Del crucero hasta ese lugar, uno podría ser asaltado tres o cuatro veces con total impunidad. Muy pocas veces se ve a un policía patrullando la zona y las que se logran ver, pertenecen al Estado de México que nada podrían hacer si del otro lado de la carretera un tizayuquense es agredido. Para comprar pan, leche o azúcar, los vecinos deben trasladarse hasta El Carmen y regresar más de una hora después con lo que pudieron conseguir. Y al siguiente día, los niños a la escuela, con los zapatos boleados que apenas andan y se les llenan de polvo. Los taxis no conocen la ruta, y si la conocen, prefieren no aventurarse a quedar varados en uno de los hoyos sobre el camino. Y de noche, menos; nada puede verse.
Dicen que la comunidad se llama “Marcelino Rojas” porque alguien quiso congraciarse. O porque nadie sabe en realidad quién es el dueño de esa tierra. En todo caso, alguien está poniendo en mal el nombre del alcalde. Es como si la comunidad más pobre de Hidalgo llevara por nombre Francisco Olvera, para despropósito del gobernador. En ese sentido, supongo que Don Marcelino no debe estar a conforme con que se le erija paupérrimo homenaje a su nombre; en todo caso, deberá ser su oportunidad de valorar el objetivo de esta comunidad a la que le faltan servicios, pero le sobra apellido. Injusto vituperio que seguramente no fue adrede.
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