“Soy comunista porque no encuentro distinción entro yo y los demás”. El poema del turco Nakin Hizmet resume mi militancia.
Sí, soy comunista. Más quizá sea el peor de los comunistas. No ando a puerta de fábrica y hace mucho que dejé los breñales para venir a descansar mis ideas en una hoja de texto. Aparté mi morral a los pies de una puerta de carrizo y desde que aquellos campesinos me dejaron en la parada del autobús, me alejaba convencido que mi sangre no valía ni una gota de quienes se habían matado treinta años recuperando tierras para sus hijos, a punta de arpón y escopeta.
Quizá porque antes que la utopía conocí la distopía, en un mundo que no se cansa de escupir cadáveres.
Sí, me bebí El Capital, el 18 Brumario, el Qué Hacer y como casi todo adolescente latinoamericano, terminé en el baño la biografía compacta del Che
¿Eso me hizo comunista? No. Apenas me dio una versión de las cosas.
Claro, luego vino mi padre con las manos llenas de aceite y no comprendía cómo carajo un cuerpo tan fuerte como el suyo podría matarse ocho horas parado frente a un torno y nosotros seguíamos siendo igual de pobres. La insalvable realidad de la correlación de fuerzas entre explotadores y explotados.
Quizá sea porque soy demasiado cínico y cuando con la mano izquierda empuño la bandera roja me doy cuenta que la derecha la llevo vacía. Que a mi alrededor hay niños de cuatro años que la portan con mayor dignidad. O es que Marx nunca me sacó de la cabeza a Ibarguengoitia y antes que la revolución proletaria soñaba con mujeres en mi cama.
Queridos y queridas camaradas, no soy como ustedes.
Ustedes roban horas al día y se ausentan de casa por semanas. Yo que no puedo ni dejar el sillón antes que el árbitro pite los 90 reglamentarios. Ustedes que han comido las tlayudas del bajo Oaxaca; yo que no puedo con mi adicción a las sopas maruchan. Ustedes que le han dado vida a los muertos, yo que apenas pude salvarme de las anfetaminas.
Dejé los breñales y alejé mis pasos en esa tierra húmeda. Créanme, no hay día en que no piense en aquello. Días en los que me entren ganas terribles de dejar la casa y volver a empuñar la mano de los mártires. Pero es que quizá fue Zaratustra, o que me embriagaba a los trece, o que buscaba sexo a los quince, o que morí un poco a los diecinueve. O esta obsesión por ser mi pequeño espejo bueno, y las burlas de un dios perverso que aniquiló mi paciencia…
Soy el peor de los comunistas, pero me basta con saber que ustedes van delante. Sigan (mos) construyendo la Revolución, la rebelión de los iguales que soñó Babeuf. Sepan que la barbarie que han de aniquilar incluye a mis propios demonios.
P.D. Por favor nunca le cuenten esto a Fidel
ALBERTO BUITRE
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