ALBERTO BUITRE – Si alguna vez imaginamos que pudiera existir una sociedad secreta que rigiera el mundo, una especie de conspiración de poderosos para dominar el planeta, coaccionar a los Gobiernos e infiltrar a las sociedades para ordenarles qué opinar, qué comprar y por quién votar… bien, ese grupo existe. Y no, no se trata de los Illuminati ni es necesario obsesionarnos con el club Bilderberg. Esa sociedad –no tan secreta-, está al alcance de nuestros ojos, todos los días, casi a toda hora, en la televisión, en la ropa qué vestimos, con las cosas con las que jugamos. Y lleva un nombre tan común que todos lo hemos pronunciado alguna vez: Federación Internacional de Futbol Asociado. En otras palabras, la FIFA.
La FIFA es el Gobierno del fútbol. Se fundó en París el 21 de mayo de 1904 por iniciativa de una serie de ejecutivos y empresarios de Francia, Suiza, Dinamarca, Suecia, España, Holanda y Bélgica, a la que posteriormente se unirían burgueses de Inglaterra, a quienes se les ocurrió que podrían crear un organismo regulador del fútbol, que para principios del siglo XX se había convertido en un fenómeno social y expandido como el deporte más popular del mundo. La pelota rodaba desde los colegios nobles de la Gran Bretaña, hasta las minas desde Atacama y Real del Monte. Literalmente, el planeta entero hablaba y jugaba con la pelota.
Entonces la fórmula fue sencilla. Gente con dinero, queriendo hacer más dinero. Y como en toda relación contradictoria entre capital y trabajo, donde para hacer más dinero se necesita explotar más la fuerza laboral, hubo que convertir al fútbol en una estructura de producción, es decir, un nuevo mercado. Irónicamente, la FIFA se autodefine como una “organización sin fines de lucro”. Una beata desinteresada que otorga al equipo campeón de su mundial la nada despreciable cantidad de 35 millones de euros… de los 4 mil millones de dólares que ganará, por ejemplo, al final de la campeonato de Brasil 2014.
No en balde el presidente de Uruguay, José Mujica, salió a decir este domingo 29 que “los de la FIFA son una manga de viejos hijos de puta”, cuando esperaba en el aeropuerto el arribo de la selección charrúa, mordida hasta sus últimas consecuencias por los federativos del Mundial y la organización brasileña, quienes no soportaban la presencia de los uruguayos en la competición. Sí, por supersticiosos de la macumba y el candombié; sí por que el fantasma del 50 es real y es una paranoia cultural; pero sobre todo, porque de todas las selecciones sudamericanas, la que menos renta por derechos de televisión genera, son ellos, con apenas tres canales de televisión abierta. Algo ínfimo comparado con México quien ha comprado los derechos de transmisión para cuatro canales de televisión abierta, más tres privada, más un sistema de televisión satelital con transmisiones exclusivas, para una población que supera casi en un 400 por ciento a la uruguaya.
Por eso mismo, Josep Blatter no ha mentido al decir en el reciente 64 Congreso del a FIFA celebrado a comienzos de este mundial, que el “fútbol es más que un juego, es un negocio multimillonario”. Un discurso que resultó en un abrazo solemne para Adidas, Budweiser, Nike, Televisa, Disney, Coca Cola, Petrobras, Marlboro, Hyunday, Emirates, McDonalds y tantas otras corporaciones que, en realidad, son las dueñas de la pelota.
Por eso, al momento de colocar una balanza lo lúdico y lo lucrativo, está de más decir que pesa más el interés de ganancia, que la defensa y propagación de un deporte, un juego, que es herramienta para el cambio social. Una actividad lúdica que un grupo de plutócratas le ha convertido en un circo donde se exponen nacionalismos sin sentido, y la propia vida de trabajadores del balompié por quien el Fútbol Asociado se cree capaz de aprobar o prohibir la práctica del fútbol, como si se tratara de una dictadura militar. Tan ridículo como prohibirle al cantor, cantar, porque alguien se cree dueño de su canto. Como creer han de quitarle la pasión a un niño por un balón. Hijueputeces, pues.
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